miércoles, 22 de junio de 2016

MUNDIAL DE DUATLÓN DE AVILÉS DE GRUPOS DE EDAD: ¿Guinda o guindilla?

Por fin llegó el tan ansiado fin de semana del Mundial de Duatlón de Avilés. El día que se hizo oficial la sede de la prueba, no tuve ninguna duda de que traer un Mundial a Asturias iba a suponer un éxito organizativo y de participación. Todos sabemos que este tipo de eventos están hechos para los Élite y los pagamos los Grupos de Edad, pero, sinceramente, tener la oportunidad de competir contra duatletas de otras nacionalidades, empaparse del ambiente popular que transmiten las distintas selecciones y convertir tu región en el centro mundial del duatlón por unos días, no hay precio que lo pague.

Tras ganarme una plaza en Grupos de Edad en el Campeonato de España de Duatlón en Cerdanyola, la cita mundialista se convirtió en el siguiente gran objetivo del año. Era mi tercera experiencia en un campeonato internacional, tras el mundial de Pontevedra en 2014 y el europeo de Alcobendas en 2015. La distancia elegida en esta ocasión fue la Standard u Olímpica: 10 kilómetros de carrera a pie, 40 kilómetros de bici sin drafting y 5 kilómetros de carrera a pie finales. Hasta entonces, tan solo había hecho dos duatlones de esta distancia y los resultados fueron buenos en ambos, pero lo que me hizo renunciar a correr la distancia sprint en el Mundial fue el hecho de que fuera con drafting.



Las tres semanas desde que corriera el Duatlón de Santa María del Páramo fueron realmente duras. El desgaste físico y mental acumulado de toda la temporada me impidió encontrar sensaciones hasta unos días antes de la gran cita. Los entrenos no salían y cada vez me notaba más cansado. Creo que es algo normal cuando uno lleva sometido a un plan tan riguroso desde noviembre, y con tantas carreras, entrenamientos, horas de trabajo y falta de sueño. Por eso, a falta de 10 días para la cita de Avilés tuve que levantar el pie, obligarme a descansar y bajar el volumen de entrenamiento y el estrés. Sin duda fue una decisión acertada. Asesorado y apoyado en todo momento por Juan Carlos Llamas, conseguí levantar cabeza esos días previos, y ver la cita mundialista con algo más de ilusión.
Llegué a Avilés “semi-regenerado” y con ganas de hacerlo bien en mi tierra. La opción de repetir medalla en mi grupo de Edad (25-29) había pasado de ser un objetivo a ser una ilusión con la que no quería obsesionarme. De cara a la galería traté siempre de dar la impresión de que llegaba como nunca, con las mejores sensaciones y en pico de forma, pero ni mucho menos. Llegué con lo puesto, con lo justo y pidiendo la hora, pero había que disimular.



Tras vivir el ambiente multicultural los dos días previos a la carrera y disfrutar con la plata de Emilio Martín en Elite masculina, el sábado y con la participación de la asturiana Laura Álvarez en Élite femenina, llegó nuestra hora, la de los Grupos de Edad.



El domingo, a las 11:15h de la mañana estaba prevista la salida de mi tanda de Grupos de Edad. Los boxes, con más de 1000 bicicletas, eran un escaparate de marcas y colores inolvidable, fiel reflejo de la heterogeneidad de los participantes. Ingleses, franceses, sudafricanos, australianos, norteamericanos, españoles… en definitiva, eran más de 30 nacionalidades las que estaban representadas en este mundial de grupos de edad. Entre los rivales más fuertes de mi categoría figuraban el británico Samuel Pictor, vigente campeón de Europa, su compatriota Brake, y los españoles Josemi, Brais Misa y Alex Rodríguez. Ya me había enfrentado a todos ellos, y era consciente de que la lucha por las medallas iba a estar cara. Cada año se nota que el nivel de grupos de edad es más alto, y, aunque uno mejore por dos, vienen diez que mejoran por diez.



El calor apretaba en la explanada del Centro Niemeyer. Tras un trote de calentamiento y unos progresivos fuimos a la cámara de llamadas para formar en salida. Más de 40 rivales en mi grupo de edad, junto con los de una categoría menos (20-24 años) íbamos a ser los primeros en dar comienzo al mundial en distancia standard. Concentración y bastantes más nervios de lo habitual. No las tenía todas conmigo y tampoco tenía muy claro qué tipo de carrera plantear. Se dio la salida y por delante teníamos dos vueltas de 5 kilómetros saliendo del centro Niemeyer y recorriendo la ría de Avilés por ambas márgenes. El piso de hormigón liso que componía gran parte del recorrido iba a pasar factura a mis delicados pies. Traté de coger posición los primeros metros y entrar bien colocado en un par de curvas cerradas. Objetivo conseguido, pero a costa de pegarme un buen calentón inicial. La carrera era larga y el primer 10000 había que reservar. Entramos en el paseo de la Ría y las cartas de cada uno se ponen rápidamente sobre la mesa. Samuel Píctor, con un potente sector a pie, pone tierra de por medio desde el kilómetro 1, llevándose a su compatriota Brake con él. Consiguen abrir un hueco de más de 100 metros sobre un grupo perseguidor en el que me encontraba junto a los españoles Brais, Alex, y a otros competidores de un grupo de edad inferior.



La cosa parece que funciona, las malas sensaciones de las semanas previas no aparecen y en el kilómetro dos decido tensar el grupo para ir reduciendo las unidades. Aprovechando mi tirón, un sudafricano, un japonés y el español Javi Rosado, todos ellos del GE 20-24, se van para delante, dejándonos a los “mayores” descolgados. No me caliento y decido seguir a ritmo. Cuando llegamos al punto de giro en el kilómetro tres reubico posiciones. Por delante Píctor ha soltado a Brake y este empieza a petar calamitosamente y es pillado por el grupito donde va Rosado. Brais, Álex y yo seguimos su estela y por detrás hay un hueco importante hasta el grupo de Josemi, con quien había luchado el pasado año en el europeo de Alcobendas por un puesto en el pódium.



Completamos la primera vuelta sin hostilidades, controlando y manteniendo el ritmo. Los pies empiezan a quemar por la dureza del asfalto y el calor aprieta cada vez más. Bebo agua en el avituallamiento del kilómetro 5 y me sirve para quitar la sequedad de boca que llevaba. El pulso va bien, en torno a 170 pulsaciones, pero las piernas empiezan a flaquear. Queda mucha ría por recorrer, pienso, pero me pueden las ganas y vuelvo a intentar soltar a mis acompañantes con un pequeño cambio de ritmo. No lo consigo; Brais y Álex están más fuertes que en Cerdanyola (segundo y tercero respectivamente). Pero el acelerón nos permite enlazar con Rosado y Brake a falta de dos kilómetros. Mientras, las distancias con Píctor se estabilizan en aproximadamente 40 segundos. No está mal, pienso. El año pasado me habían caído casi dos minutos en el primer sector del europeo de Alcobendas, por lo que mantener la diferencia por debajo del minuto aun me daba esperanzas para poder pillarle en bici.



El ritmo decae ligeramente en los últimos kilómetros. Todos tenemos puesta la cabeza en la bici. Llegamos a boxes un numeroso grupo compuesto por cuatro españoles, un japonés y un británico. Por delante el sudafricano Math Smith y el británico Píctor.

Eterna, sí, eterna transición la que tenemos que recorrer hasta llegar a nuestras bicis. Cuando un box tiene más de 1000 bicicletas es fácil confundirse. En este caso, cogí como referencia un arbolito florecido que estaba justo enfrente de la mía. Llegué hasta el arbolito, giré la cabeza y allí estaba mi AVENGER, cedida por la empresa EsvaBikes, y lista para quemar el asfalto avilesino.



Me abrocho el casco, cojo mi velocípedo negro y salgo de boxes el segundo del grupo, justo por detrás de Álex. Los primeros kilómetros de bici de un duatlón son los peores. La musculatura tiene que adaptarse y cuesta encontrar el golpe de pedal. Con Álex como referencia a unos 100 metros, salimos del Centro Niemeyer en dirección al puerto comercial de Avilés. En la larga recta que nos conduce al primer giro de 180 grados me cruzo con Píctor y el sudafricano. Sorprendentemente no nos sacan mucho, apenas 30 segundos. Yo sigo detrás de Álex hasta el kilómetro 3, cuando este deja de pedalear tocándose alguna parte de la pierna. Le supero y me coge la referencia.



 Nuevo giro de 180 grados y el sudafricano se había puesto en cabeza. Me daba igual, no iba con él la lucha. Mientras, la diferencia con Pictor se reducía segundo a segundo. Comenzamos la parte larga de la vuelta de bici y voy alternando la posición con Álex. Me cuesta todavía coger ritmo, las piernas me estallan y voy bufando como un animal. Regula que no llegas, me decía una parte de mi cabeza, mientras que la otra solo me señalaba la figura del inglés que ya tenía a tiro. Cuando estamos a punto de darle caza, al final de la primera de las 2,5 vueltas, Brais Misa, que había perdido unos minutos en la transición, nos adelanta a Álex y a mí y se va a por Pictor. ¡Esta es la mía! Cojo la referencia del gallego y los tres españoles damos cuenta del inglés.



 La cosa promete. Todavía faltan 15 kilómetros de segmento y le pueden caer unos cuantos segundos, difíciles de recuperar luego en la carrera a pie. Brais Misa marca el ritmo y yo le sigo a una distancia prudencial. No sé si fue la adaptación muscular o qué, pero pasado el ecuador del sector ciclista empecé a encontrarme fenomenal, rodando rápido sin esfuerzo. Cuando nos aproximábamos a la T2, llegó por detrás el británico Brake con su pepino de bici y rueda lenticular para quitarnos las pegatinas. Repetí la estrategia y traté de mantener la referencia con él. Equiparar el ritmo de Brake era un sobreesfuerzo que probablemente merecería la pena. Sin mirar atrás me lancé a por los últimos 5 kilómetros detrás del inglés, sufriendo como un perro a más de 40 km/h y con las piernas calientes.



Iba tan ciego que en el último giro de 180 grados no fui capaz de ver quien venía detrás y quien se ha quedado descolgado, pero mis dudas se disipan cuando nos adentramos en el recinto del Niemeyer para hacer el cambio de material. La ilusión de haber conseguido despegar a Pictor, Misa y Álex tras el último apretón de Brake se va al traste cuando todos ellos se me ponen en paralelo dispuestos a luchar por una posición y llegar bien colocados a la angosta entrada en boxes.



Las medallas están en juego y somos cinco aspirantes para el último 5000; “ergo”, sobran dos… La suerte está echada. Me bajo de la bici el cuarto del grupo y tras otra ETERNA transición corriendo descalzo más de 500 metros, consigo hacer un cambio de material bastante digno y empiezo la carrera a pie segundo, detrás de Brais. No obstante, aún está todo por decidir, pues Pictor, Alex y Brake salen inmediatamente detrás de mí. Corro cual pollo sin cabeza tratando de reducir a cero, los metros que me separan de Brais. Oigo gritos de la gente por todos los lados, pero mi cabeza solo tiene el pensamiento de alcanzar la figura roja del gallego. Cuando me pongo a su par me tomo un respiro que permite a Alex y a Pictor unirse al grupo. Brake se ha quedado descolgado, por lo que ahora somos 4 para 3 medallas… tan solo sobra uno.



Las piernas notan los excesos de la bici y empiezo a tener calambres…. ¡¡Pufff!!, esto va a ser agónico, pienso. Los gemelos se me suben, los bastos internos también, pero trato de dar sensación de entereza y no dar pistas a mis rivales. No puedo ir más rápido de lo que estamos yendo, por lo que para evitar sorpresas y ritmos que me hagan salir de punto, decido ponerme en cabeza y ralentizar la carrera. Si marco el ritmo y nadie ataca puedo llegar al final con opciones, por eso decido ser yo quien mande en el grupo. Terminamos la primera de las dos vueltas de 2,5 kilómetros pasando entre el gentío que se agolpaba en los alrededores de meta. Al pasar, miro de reojo el desvío hacia la alfombra azul que en pocos minutos nos conducirá a meta, y sueño con cruzarla el primero. Pero queda todo por hacer y hay que volver a centrarse en la carrera.



 Las sensaciones musculares parecen mejorar y tenso la cuerda para ver quien flojea. En este pequeño cambio de ritmo consigo que Brais se descuelgue ¡BIEN! Ya somos tres, la medalla parece asegurada, pero quiero más. A 2,5 kilómetros de meta y en el sector que mejor me defendí toda la temporada no puedo dejar escapar el oro. Vuelvo a probarlo a falta de 2 kilómetros. Sé perfectamente que Píctor es más fuerte que yo a pie pero ¿quién me iba a decir que no va tocado y no que no puede más? Ese último cambio de ritmo fue en vano, y tanto Álex como el inglés aguantaron sin problema. Volvieron entonces los calambres ¡Malditos! Tan solo kilómetro y medio y rezo para que ninguno de mis dos acompañantes cambie tan lejos. Ya no me quedan marchas, tan solo el sprint, por lo que las opciones de Oro pasan por jugárnosla en los últimos metros. Pero de camino hacia meta Samuel Pictor sube un punto la marcha y abre hueco, llevándose con él a Álex. Sufro, sufro lo indecible e intento no ceder, pero mis piernas están ya destrozadas y no les queda nada. Veo con impotencia alejarse a mis rivales y empiezo a asumir el color de mi medalla. Me va a tocar ser bronce esta vez. Con la rabia de ver el oro tan cerca recorro los últimos metros, giro de 180 grados, alfombra azul, saludo al público y entro en meta tercero.



Trato de disfrutar del momento, aunque cuesta cuando ves tan cerca la posibilidad de quedar campeón del mundo en casa. Aun así, a día de hoy valoro el bronce conseguido en una carrera emocionante hasta el final y que pone la guinda rico pastel que me he ido comiendo durante toda la temporada.



Gracias a mis compañeros del IH Saúl, Alexandra y Adrián, por haber ido a Avilés a animarme, al igual que Luis Cue y Javi, y como no, a Nico y Pili, grandes amigos que hasta cambiaron turnos de trabajo para estar presentes. Me he llevado el bronce deportivo pero el oro en afición ¡Muchísimas gracias!







Y por supuesto, este broche bronceado que le hemos dado a la temporada no hubiese sido posible sin vosotros, todos los que habéis aportado vuestro granito de arena con ayudas en forma de material y económicas. Gracias a la empresa Nuteca, de Pablo Gutiérrez, al Bender Triatlón, al IH Cantabria y a Austral, patrocinadores en este Campeonato del Mundo. Gracias a la empresa de bicis EsvaBike, a las empresas de ruedas Rothar y Sscar, a mis amigos de Keepgoing por darme la mejor suplementación, a Catlike, por seguir apoyándome una temporada más con cascos, gafas y zapatillas, a Isma de Megustalanaranja, por surtirme de vitamina C durante todo el invierno y, como no, a mi guía, a Juan Carlos Llamas (Basic Fitness) por ser él quien ha hecho carburar esta máquina a un nivel que no me hubiese imaginado.




Y ahora, con una nueva experiencia en el bolsillo, pongo rumbo a Valencia, donde el próximo fin de semana me enfrentaré a un nuevo reto: completar por primera vez un Medio Ironman. Los deberes ya están hechos, y esta carrera me la voy a tomar como un premio antes de afrontar un parón competitivo para regenerar cuerpo y mente.

Por tanto… ¡Nos vemos en Valencia!

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