miércoles, 16 de noviembre de 2016

MEDIA MARATÓN DE KASTERLEE: Épica belga

Han pasado dos meses desde que viviera la aventura americana del Ironman 70.3 de Santa Cruz. Dos meses que sirvieron para decir adiós a la temporada 2016 y abrir el telón de 2017. Por el medio fueron cuatro las semanas de desconexión deportiva, en las que me olvidé de la efectiva, pero dura, dieta del míster Juan Carlos Llamas y en las me dediqué a comer todo lo que no pude probar durante el año. El resultado final: unos kilillos más de felicidad y una recarga de pilas para arrancar un nuevo año lleno de objetivos e ilusiones que detallaré en otra entrada del blog.



Y para no dilatar más el motivo de esta crónica, tras tres semanas y media en vereda, con duros y productivos entrenamientos, puse rumbo a Bélgica, buscando estrenar temporada junto a mi amigo Pablo Ibarguren, con la Media Maratón de Kasterlee, la undécima de su reto "12 Medias, en 12 Países en 12 Meses". Es la segunda en la que le acompaño tras Dublín, y en esta ocasión Dani Lanza también formó parte del equipo "ibargurense"; los tres dispuestos a emular las clásicas ciclistas del país.  Porque allí, ni las medias maratones, habitualmente pruebas atléticas de asfalto y largas rectas, son normales. La épica suele ir de la mano en el territorio belga, y el frío y lluvioso pueblo de Kasterlee iba a ser el escenario de una lucha entre el barro más propia de un cross o, como digo, y siguiendo el símil ciclista, como una clásica adoquinada de las que por aquí se disputan.



El viernes por la tarde llegué a Lovaina, donde un "ovetense por el mundo"  y buen amigo, Fernando, me recibió y acogió en su casa. Aunque las tres semanas de entrenamientos que llevo las había seguido a rajatabla, cuidando las comidas y los descansos, en Lovaina me esperaba un pre-carrera un poco ajetreado. Una fiesta en casa de Fer durante la noche del viernes al sábado me hizo olvidar todo y desconectar, quizás demasiado, del objetivo con el que había ido a Bélgica. El día siguiente y con el cuerpo bastante machacado de la fiesta, me reuní con Pablo y Dani para dirigirnos a Kasterlee y pasar allí la noche previa a la prueba. 



Recogimos los dorsales y nos informamos bien de quienes eran los corredores más rápidos y favoritos para la media maratón. Me resultó curiosa la seguridad con la que uno de los organizadores de la carrera daba por hecho que el primer puesto estaba asignado a un tal Seppe Odeyn, máximo favorito ante la ausencia de Bart Borhgs, ganador en 2015. La curiosidad por saber algo más del supuesto futuro ganador me hizo rebuscar en google y toparme con su palmarés. Efectivamente, este chico belga cuenta en su haber con un Oro en el Campeonato del mundo Élite de Duatlón de Larga Distancia de este mismo año o con un 5º puesto Elite en el europeo de Duatlón Cross de Castro Urdiales del pasado año. Sin duda, la afirmación del buen hombre de la organización estaba fundamentada y por mi parte no quedaba otra que descubrirse ante el mejor duatleta belga en la actualidad y sentirse afortunado de intentar, al menos, ponérselo difícil.



Amaneció lluvioso y frío el domingo en Kasterlee. Los tres grados de temperatura y una fina cortina de agua que había caído durante toda la noche le darían un tono más épico, si cabe, a la carrera. Con tiempo suficiente nos acercamos en coche hasta la salida, nos abrigamos bien y calentamos al trote junto a los aproximadamente 2000 participantes. ¡qué moral tiene la gente aquí! Si tengo que entrenar día tras día con este frío y este tiempo veo más posibilidades de acabar haciéndome jugador profesional de cartas que atleta.



A menos de 10 minutos para la salida me dispuse a colocarme entre la muchedumbre, lo más adelante posible. Para ello me colé, saltando una valla, y conseguí un hueco en segunda fila, aprisionado entre corredores y otra valla delantera. Demasiado tiempo parado, pensé, pero como iba a ser igual para todos no le quise dar más vueltas a dicha circunstancia.  A falta de dos minutos para salir vi que por delante de la valla donde yo estaba encerrado empezaban a colocarse corredores que venían directamente del calentamiento ¡Mierda! ¡Había cajón de salida y no lo sabía! Con todo el morro volví a colar y, por suerte, nadie me dijo nada. Al menos así evitaba perder unos segundos en la salida o arriesgarme a ser empujado. Un minuto para el pistoletazo y sin querer me vi en primera fila. Giré mi cabeza a la izquierda y allí estaba el crack belga, concentrado para darlo todo.



El pistoletazo de salida, acompañado de una lluvia de confeti, dio paso a unos primeros metros frenéticos. Me vi desbordado y sobrepasado por unas 20 o 30 personas, que arrancaron como si la carrera se acabase a los 200 metros. "Tranquiiiiilo" me iba diciendo. Los entrenamientos de los días previos me aseguraban poder correr cómodamente a 3:30, pero un exceso al principio de una carrera tan larga te puede hipotecar el resultado. Completamos el primer kilómetro por un asfalto mojado y lleno de charcos. Preferí no mirar el reloj, pero sabía que estaba yendo por debajo de 3:20, y aún así me había quedado descolgado del quinteto cabecero que lideraba la carrera unos 20 metros por delante.



La alegría de correr por terreno duro duró poco... Sabía que el 90% de la carrera transcurría por caminos, pero lo que no me esperaba era el barrizal que nos encontramos. Barro hasta las rodillas y charcos como lagunas... ese era el panorama que tendríamos que librar en lo que quedaba de prueba. El segundo y tercer kilómetro por terreno ya fangoso, me permitieron acercarme a ese quinteto  de cabeza y ponerme a cola de grupo. Un belga de camiseta amarilla y el favorito, Seppe Odeyn, parecían los más fuertes del grupo, mientras que los otros tres daba la sensación de que habían salido muy por encima de su ritmo.



Curva tras curva, charco tras charco y barrizal tras barrizal, fueron pasando los kilómetros. Como lugares anecdóticos de paso de la media estuvo cruzar la banda de un campo de fútbol mientras se disputaba el partido, teniendo que saltar un muro de tierra para volver al camino (totalmente surrealista) o atravesar una zona de huertas, cabañas, portillas... Y entre medias, cada vez que el camino cruzaba una carretera, se veía a mucho público animando. Al parecer, el circuito estaba montado de tal forma que los espectadores podían moverse por carretera e ir viéndonos en varios sitios. En el kilómetro 5 ya solo quedábamos los tres que antes mencioné en cabeza, además de un chico francés que llegó desde atrás y enganchó con nosotros. Viéndole la pinta, se podía intuir que sería uno de los rivales más duros.


Preocupándome más de guardar el equilibrio que de correr rápido, llegamos al ecuador de la carrera, donde un avituallamiento líquido nos esperaba. Mi torpeza extrema a la hora de coger el vasito hizo, no solo que se me cayera todo el agua, sino que perdiera el gel que llevaba en la otra mano... ¡Cojonudo! Otra carrera en la que pierdo la comida. Daba igual, no iba a poder meter mi gel del kilómetro 14 pero había que olvidarse de ello y centrarse en correr. Al poco de perder el gel, Seppe Odeyn tuvo un susto. En una de las curvas se fue al suelo, y unánimemente, los tres que le acompañábamos, bajamos el ritmo y le esperamos. Con un simple "ok" por su parte, se abrió la veda de nuevo. 

Ya estábamos en el kilómetro 15 y las hostilidades aún no habían comenzado. Tras uno de los "tropocientosveinticomil" cambios de sentido, nos encontramos con un cartel que decía: "Col Hoge Mouw". Cualquier duda sobre lo que aquello significaba quedó resuelta de inmediato cuando el camino se puso pendiente y al barro se le añadió la dificultad de tener que superar esas rampas, cortas, pero matadoras. Odeyn atacó en la subida. No entré al trapo pero, a ritmo, poco a poco vi que le volvía a coger. En la bajada enganché con él de nuevo y al girar la cabeza vi que el de amarillo y el francés habían cedido unos metros. Primeros signos de flaqueza de nuestros rivales, que, aunque lograron conectar con nosotros, ya no iban tan frescos como parecía. 



La calma duró poco, pues otro cartel ("Muur kastel") precedió a otra subida donde de nuevo Odeyn aceleró, dejando reducido definitivamente el grupo a tres unidades: él, el francés y yo. Las piernas ya no las notaba tan frescas pero todavía me veía con cambio en caso de llegar juntos a un hipotético sprint. Era el kilómetro 18 y el "Col Roger" fue el último obstáculo antes de lanzarnos hacia meta. En esta subida fue donde yo tomé la iniciativa, tirando con todo y llevándome a Odeyn conmigo. El bravo duatleta belga respondió a mi ataque con otro hachazo ¡Qué agonía! Nunca había competido en una media con tantos tirones, ataques, barro, frío, subidas, bajadas, lluvia... me lo estaba pasando pipa, dentro de lo bien que uno se lo puede pasar yendo a 180 pulsaciones por minuto.


Entramos en el último kilómetro, ya por fin por asfalto. Sabía que la recta de meta era larga y picaba hacia arriba, y que una vez entrada en ella lanzaría mi sprint. No antes porque no sabía con exactitud cuando faltaba. De hecho, fue una sorpresa la forma en la que asomamos en dicha recta de meta, que fue tras pasar por un garaje... sí sí, a 400 metros de meta teníamos que entrar por un garaje o parking, no sé muy bien lo que era.





Tras ese paso subterráneo Odeyn lanzó el esperado sprint. Lo di todo esos primeros metros para que no se me fuese, y me costó la vida. Pero no había viajado a bélgica para perder una media maratón en los últimos 50 metros, por lo que ya con el arco de meta como referencia, eché el resto. La acidosis y la descoordinación al esprintar me recordaron al de aquella San Silvestre de Oviedo de 2013 en la que conseguí ser tercero in extremis. Confetis al aire, giro la cabeza casi sin querer y veo que Odeyn está justo detrás, cierro los ojos y me exprimo hasta intuir (que no ver) haber cruzado el arco de meta. ¡VICTORIA! 



No me lo podía creer, en uno de los sprints más agónicos que recuerdo había conseguido ganar la media Maratón de Kasterlee. Lo más gratificante fue el saludo y felicitación del hombrecillo de la organización que el día antes había dado por supuesto la victoria de Seppe Odeyn. El pódium lo completó el atleta francés Florent Fenrich, un mediofondista con marcas destacables en 1500 (3:53) y 3000 obstáculos (8:55), que no pudo seguir los cambios de ritmo de los últimos dos kilómetros.



Con frío en el cuerpo corrí hasta el coche a cambiarme y volver de nuevo a meta para recibir a Dani y Pablo, que con 1h 39' llegaron a meta felices y cerrando la undécima etapa del reto de la 12 medias ¡Ya solo te queda Lisboa, a por ella! 




Pero lo mejor de todo fue el post-carrera. Las carreras como esta en las que todo el pueblo se vuelca con ellas, suelen ir acompañadas de un trato al corredor espectacular, pero la de Kasterlee superó las expectativas. Una carpa con cerveza, pasta y buen ambiente nos tuvo entretenidos a los dos mil participantes antes de disfrutar de la ceremonia de trofeos. 



Cada día valoro más estas oportunidades que me da la vida, ya no estoy hablando solo de ganar o hacer pódiums, sino de poder compartir pequeñas aventuras con amigos y disfrutar, que para dos días que estamos en esta vida es de lo que se trata.


¡Carpe Diem!


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