viernes, 9 de diciembre de 2016

CARRERA DE LOS PIMIENTOS RELLENOS DE BLIMEA 2016: Salvando los muebles

Aprovechando el puente de la Constitución, me desplacé hasta Blimea (Asturias) para matar dos pájaros de un tiro: por un lado, completar la dupla de carreras gastronómicas tras la disputada hace unas semanas en L´Entregu (Carrera de Les Cebolles Rellenes) con la que se corría este Jueves (Carrera de Los Pimientos Rellenos); y por otro lado, darle un poco de gusto al paladar y disfrutar de estos platos típicos en la cuenca del Nalón.

Llegué a Blimea tras una semana de carga y con un par de entrenos (a pie y en bici) el día anterior, que me hacían presentir que las piernas no iban a carburar al 100%. Pero el objetivo es otro y, a veces, hay que sacrificar alguna carrera para poder sentar una base que aún noto que me falta.
Calenté bien durante media hora, con progresivos, cambios de ritmo y agarrando una sudada que parecía que ya había competido antes incluso de salir. Porque el veranillo de Diciembre sigue con nosotros, y ayer, en Blimea, los termómetros rondaban los 20 grados. Creo que soy más de frío que de calor.

Sin tiempo para pensar me coloqué en la salida, oteé un poco a los compañeros de primera fila e identifiqué alguna cara nueva respecto a la Carrera de Las Cebollas. Miguel Moro, por ejemplo, atleta veterano en edad, pero junior en ambición y nivel, iba a poner las cosas muy difíciles a Alejandro Onís (ganador en L´Entregu), a Máximo Cordero, a Aurelio Díaz (que venía de cascarse 2:38 en la Maratón de San Sebastián) y a un servidor. Entre nosotros iba a repartirse la rifa, solo tocaba luchar por llevarse el premio más gordo. Como la carrera de las cebollas, junto a esta, daban opción a premio en metálico para los tres primeros de la general, yo tenía que, o ganar la carrera con más de 3 segundos de ventaja respecto a Alejandro, o entrar dos puestos por delante de él, para llevarme la general, tarea que se antojaba difícil en vistas a cómo llegué a esta prueba.



Se dio la salida por las sinuosas calles de Blimea. El circuito constaba de 6 kilómetros ratoneros, con subidas, bajadas y sobre todo, muchos muchos giros, que hacían imposible coger ritmo. Dos vueltas de tres kilómetros y un pequeño extra de 100 metros sería la distancia a recorrer. Se salió rápido, pero tras la primera curva el ritmo se ralentizó. ¡Perfecto! Cuando más se dilataran las hostilidades en el tiempo mejor. No es lo mismo recuperarse de un 6km a tope que correr fuerte solo al final, y yo necesito estar recuperado para acabar bien lo que queda de semana, por lo que ese ritmo cómodo del principio me venía bien. Máximo Cordero, valiente como siempre, tomó la iniciativa en los primeros compases. 

Foto: Pedro Pablo Heres

Sin apenas tirones (solo uno pequeño al salir del paso subterráneo bajo las vías del tren), fue pasando la primera vuelta. Tres kilómetros recorridos ya y aún nadie había mostrado sus cartas. El grupo de cabeza era grande, demasiado para mi gusto, y parece que también para el gusto de Miguel Moro, que a la salida del paso subterráneo volvió a tensar la cuerda. A este primer envite aguantamos Aurelio, Máximo, Alejandro y yo. Ya solo quedábamos 5 atletas y ahí empecé a sentir el cansancio y falta de ritmo en las piernas.

Foto: Pedro Pablo Heres

Pero la insistencia de Moro por hacerse con el triunfo no se quedó en un solo intento, pues a falta de 2 kilómetros volvió a lanzar un ataque, consiguiendo abrir unos metros. Fue entonces cuando me la jugué, equivocadamente, y salí a por él. Era la única esperanza que me quedaba de descolgar desde lejos a Alejandro y no llegar con él al sprint. Pero gasté la única bala que tenía en llegar a la espalda de Moro. Una vez lo alcancé, este se paró y yo me quedé sin chicha, por lo que nos volvieron a coger y, ya sí, Miguel acometió el ataque definitivo, dejándome muy tocado, a falta de kilómetro y medio, a rueda de Máximo, Alejandro y Aurelio.

Foto: Pedro Pablo Heres

Si se pudiera cuantificar la agonía de esos últimos 1500 metros, esforzándome por no perder el grupo de cabeza, no cabría tal cantidad de sufrimiento en la tierra. Sin duda estaba corriendo por encima de mi límite. La cabeza se nubla, el pulso se dispara y los metros pasan muy muy despacio.

Foto: Pedro Pablo Heres

Callejeamos por el último tramo del recorrido y 300 metros de meta (en subida), Alejandro lanza el sprint. Yo no sé ni lo que hago, porque no siento las piernas, pero inconscientemente me veo corriendo detrás de él, a su espalda. Noto que me falla todo, pero queda poco y no puedo tirar la toalla. Giro la cabeza y Máximo y Aurelio vienen pegados. Puffff no dejo de apretar en ningún momento, los metros finales me parecen kilómetros, pero consigo rascar un tercer puesto en la carrera, por detrás de Moro y Alejandro, y asegurar el segundo puesto del Primer Trofeo Gastronómico San Martín del Rey Aurelio.



Una de las carreras más sufridas que recuerdo. Nunca antes había competido sin bajar la carga de entrenamiento los días anteriores, y la diferencia de sensaciones entre llegar preparado y no, es enorme, pero creo haber sacado adelante un buen 6000, que de haberlo hecho entrenando, no habría salido ni la mitad de bien.

Ahora a seguir dándole que lo bueno todavía está por llegar. Eso sí, del camino se disfruta y fíjate tú por dónde que hoy el camino terminó en el pueblo de San Mamés, degustando un menú de pimientos rellenos que me ayudó a resucitar del esfuerzo.



...y que dure...

PD: Muchísimas gracias a Pedro Pablo Heres por el reportaje fotográfico y los montajes que nos hace.

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